Un artista anarquista olvidado: Eleuterio Blasco Ferrer
Gran
desconocido en nuestro país, Eleuterio Blasco Ferrer (Foz Calanda –Teruel–
1907; Alcañiz –Teruel– 1993), es uno de nuestros artistas olvidados por la
historiografía , de una riquísima biografía y una no menos variopinta obra
artística que pasa por la escultura, pintura, dibujo, alfarería y poesía.
Tras una
difícil infancia, Blasco se abrirá paso en el complicado mundo del arte con su
llegada a Barcelona en 1926, lugar donde comenzará su labor expositiva y donde
enlazará con prontitud con los ideales anarquistas, experimentando en la
transición a la década de esos convulsos años 30, un cambio en su actividad
creadora decididamente relacionada con los ideales de libertad, de solidaridad
humana, de negación de toda coacción, tiranía, explotación del trabajo ajeno e
incluso de la propia existencia de Dios, con una postura antirreligiosa y anticlerical
nunca exacerbada y en todo caso moderada en sus años de exilio francés.
Si bien como él nos cuenta, «a pesar de mi infancia, ya iba
comprendiendo que el mundo está lleno de injusticias humanas y que yo, que casi
siempre iba descalzo, era un desheredado de la fortuna» , el contacto con la
actividad artística e intelectual de izquierdas de la Ciudad Condal, le
conducirán inexorablemente y hasta el final de su vida, a tratar, ocupando un
lugar privilegiado en su obra, y desde un punto de vista crítico, el dolor
humano y las injusticias sociales irradiándolas de no poco pesimismo.
No en vano se definió como el obrero artista que abría los ojos a los
sindicatos mostrándoles su arte y negándose siempre a trabajar para una élite (por ejemplo para los obreros de la Agrupación
Faros de Barcelona, 1933). Características que mantuvo en su poesía, de
carácter social y «nunca escrita para ricos».
El
lenguaje donde se encontrará más cómodo para mostrar estas ideas será el
surrealismo; un surrealismo que hay que verlo desde la individualidad, con una
tempranez equiparable a los primeros surrealistas aragoneses (Ramón Acín,
González Bernal, Alfonso Buñuel o Javier Ciria), con los que encaja
perfectamente tanto por fechas como por edad. Pero también en la escultura, más
valorada por la crítica, con una carga de intensa y sincera expresividad. Un
lirismo patético vinculado a la realidad negativa de la vida y con una tremenda
carga de humanidad. Ya dijo Tolstoi que lo que en Arte no es emoción no es
nada.
La
iconografía que presenta Blasco en esos años se cimenta, gracias a los
movimientos sociales y su influencia en las artes en esos años, en la idea de
progreso y revolución social. Y el hincapié puesto en la negación de los
valores burgueses. Así lo vemos en sus ilustraciones para revistas como Tiempos
Nuevos o Tierra y Libertad, donde colabora junto a compañeros y amigos
ideológicos como José Aced o Ángel Lescarboura, o en sus dibujos de corte
nonelliano de su exposición en la Sala Parés de Barcelona en 1931.
Así
imprime el sello inconfundible del sentimiento humano y la crítica visceral
escondida tras la lectura, a veces difícil, de sus dibujos.
De igual
manera, con formas que en ocasiones se alejan de lo figuración reconocible,
Blasco, como un visionario moderno, nos muestra la barbarie de la guerra, los
campos de concentración, alambradas de espinas, esqueletos, bombas, fábricas.
La Guerra Civil le obligó al exilio a Francia en 1939 (4), tras haber sido Miliciano
de la Cultura durante la contienda, permaneciendo allí hasta su regreso a
España en 1986.
Su
actividad dentro del compromiso político claro y manifiesto, decrece en ese
periodo. Allí, no obstante, como tantos intelectuales y artistas exiliados a la
meca del arte de vanguardia, en el prolongado exilio parisino, libertarios
siempre, seguirá luchando en pro de un ideal de justicia social.
Él se
consideró siempre un artista del pueblo. Un artista que extrajo sus modelos y
sentimiento de la adversidad ante la que se enfrentó con dignidad toda la vida:
la pobreza de su infancia, el mal vivir en la Barcelona de la España
primorriverista, la Segunda República, los duros campos de refugiados
franceses, la bohemia parisina de vividores, pícaros, prostitutas, pobres y
también gente íntegra y rica en humanidad. Esa es la materia prima; ahí está el
objeto de su rebeldía, de su lucha artística, siempre rebosante de
romanticismo, poesía, idealismo y no poca utopía anarquista.
La calle fue su escuela. La tragedia humana, las injusticias
sociales, le conmovieron intensamente desde su infancia. Por eso se consagró a
la crítica de las vilezas y de las bajezas, a menudo con ironía, concediendo
muy poca importancia al éxito comercial. El análisis conjunto de su obra
pictórica y escultórica no deja lugar a dudas de esta afirmación.
Para
ello recurre a una densa y ardiente carga emotiva de la que no se desprende en
ninguna ocasión. Introduce también en su obra un elemento de la lírica
inquietud que anima patéticamente las figuraciones más representativas de su
personalidad.
Al final de sus días escribía: «A mí no me interesa la política. Soy
una especie de librepensador. Quiero decir que para mí, patria es el mundo, y
mi familia la humanidad […], yo soy un artista del pueblo y siempre estuve al
servicio del pueblo […]».
R.
Pérez Moreno
Historiador del Arte
Historiador del Arte
FUNDACIÓN
DE ESTUDIOS LIBERTARIOS ANSELMO LORENZO
http://fal.cnt.es/?q=node/577
En MOLINOS (Teruel) está el Museo Eleuterio Blasco Ferrer
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