FRANCISCO FUERTES, MUSEO DE TERUEL
El artista de Singra realizó una valiosa y personal obra pictórica, escultórica y fotográfica de más de 500 piezas. El pasado martes, 17, en el Museo de Teruel, se inauguró una exposición dedicada a este artista turolense.
Vida y arte de Francisco Fuertes
Francisco Fuertes (Singra, Teruel, 1946-1994) no es exactamente un desconocido, aunque su vida y su obra sigan envueltas en el misterio. Su hermana Manuela ha creado una especie de desván-galería en su casa donde están sus obras, más de 500 piezas de las disciplinas en las que se sintió cómodo: la fotografía, el dibujo, la pintura al óleo y la escultura. Todo está ordenado y cuidado y define a un creador que pasó del constructivismo inicial y quizá de un cierto surrealismo a un paisaje más abstracto y matérico, “seguramente identificable con los paisajes de su infancia”, según afirma el profesor y crítico de arte Ernesto Utrillas. Sus últimas obras al óleo eran un paisaje cada vez más depurado, casi obsesivo, de un colorido sobrio pero no exento de energía o de intensidad.
Francisco Fuertes, descendiente de una humilde familia vinculada al campo, sintió desde muy pronto la llamada del arte: le atraían los lápices, los colores, el deseo de darle salida a un mundo interior que siempre sería peculiar. A Fuertes no le gustaban las faenas agrícolas, pero sí la naturaleza, las noches de luna, el silencio de las eras, la arboleda, la cordillera de montañas que veía desde su casa. Hacia 1964 ya estaba en Zaragoza intentando dar rienda suelta a sus sueños. Se matriculó en la Escuela de Artes y Oficios en dibujo primero y luego en pintura. Allí, entre otros, coincidió con un futuro pintor algo más joven que él: José Manuel Broto. Y también con Eduardo Laborda e Iris Lázaro. Compartían la experiencia de la pintura de caballete. Pronto empezaría a realizar sus primeros óleos. Fue discípulo de Virgilio Albiac y en algunos momentos de su carrera parece haber un asimilado su manera de proceder: en alguno de sus cuadros se le ve un gran interés por aquella pintura de pueblos y paisajes de carácter constructivo, próxima también a la obra de Juan Manuel Díaz Caneja o Benjamín Palencia.
Pronto participará en exposiciones: primero colectivas, en el Casino Mercantil, y luego se presentará con su primera individual en la sala Bayeu compuesta por temas clásicos: el bodegón, el paisaje urbano de diversos rincones de Zaragoza y una selección de piezas de diversos pueblos de Aragón: Alquézar, Albarracín o Muel. En su casa estaban un poco inquietos con su futuro. Su madre parecía protegerle un poco más, pero su padre le sugería que se buscase un oficio de mayor porvenir. Por eso, tal como relata su hermana Manuela, desde 1964, también alternó sus estudios de arte con el aprendizaje del oficio de tornero en el Centro Sindical de Formación Profesional Acelerada; obtuvo el título en 1967. A la par crecía como artista: ganó algunos premios, recibió algunas ayudas y participó en colectivas en Francia, en compañía de pintores como el citado Virgilio Albiac y Ángel Aransay, entre otros.
Toda esta actividad, en buena parte, se vio mitigada por su ingreso en el servicio militar. Al regresar, su existencia iba a cambiar radicalmente: se trasladaría a Barcelona y allí ampliaría sus estudios: se especializará en policromía y retablo, haría nuevos cursos de pintura, y hacia 1975 se matriculó en la Escuela de Bellas Artes de San Jorge, donde obtuvo el título de profesor de dibujo, que le permitió impartir clases en Escuelas Pías de Sarria, entre 1983 a 1987. La experiencia no le dejó buen sabor de boca: solía decir que “los chicos eran tan repelentes como sus padres. A mi hermano le apasionaba la madera: la decoración de muebles, la ebanistería, la policromía, etc.”. Eso se verá en sus trabajos escultóricos, que elaboraba mediante planos y cilindros con un leve aire de construcción cinética. En 1988, dijo: “Estas piezas son muy grandes, son de madera, una vez construidas en yeso, de forma que consigan una cierta textura, las plateo con plata fina, después las quemo con un corrosivo, les doy goma laca y las patino, de esta manera queda un acabado muy agradable, pues parece metal”.
Francisco Fuertes era más bien reservado, hablaba poco y sentía mucho, y tenía mucha creatividad. Siempre tenía detalles con los suyos. Cuando regresaba a casa se dejaba ver poco. Ernesto Utrillas ha visto con mucha atención su obra –que ha expuesto en Monreal del Campo- y destaca dos colecciones muy distintas de fotografías: una de gente de la calle, mendigos, desharrapados, solitarios; a su cámara le había desviado el objetivo: parecía mirar hacia un sitio y captaba otro para no violentar a nadie. Y también hay otras fotos de movimientos. Él mismo revelaba y confeccionaba sus propios álbumes.
En su producción es muy importante la presencia del dibujo, que registra dos líneas nítidas: las rocas y los árboles. Utilizaba todo tipo de técnicas (lápiz, carboncillo, grafito), y lograba una sensación de volumen esencial, casi escultórico. Árboles y rocas formaban parte de los paisajes de la memoria, eran símbolos que lo vinculaban a un espacio.
Otro profesor y artista como José Prieto ha definido así su pintura: “Fuertes, en sus lienzos, no pretendía describir lo anecdótico, o lo particular, sino quedarse con la esencia. Le interesaba, el ritmo de los caminos, los surcos, los senderos, los límites de los sembrados y los perfiles de las montañas, que en su obra cobran una gran importancia, definen la imagen e imponen, a su pintura, una estructura cada vez más abstracta. En ocasiones, el horizonte aparece en la parte superior del cuadro, convirtiendo el lienzo en el campo de batalla de las masas cromáticas, que luchan en esta superficie, sin la oposición de ningún elemento figurativo”· La obra acusa en ocasiones rasgos impresionistas, aunque pronto vemos que está inscrita en otra estética más próxima a la ‘Escuela de Vallecas’ y a la ‘Escuela de Madrid’.
Hubo un instante en que su vocación artística era tan incontestable, recuerdan su hermana Manuela y el profesor Ernesto Utrillas, que decidió centrarse solo en su obra. Cada vez le gustaba más la labor de taller. Eligió la libertad, trabajaba de camarero los fines de semanas para disponer del resto del tiempo. Y así lo hizo, con auténtico fervor, hasta que una dolencia de riñón, quizá mal atendida, acabó con su existencia a los 48 años.
LAS ANÉCDOTAS
El árbol y la intimidad. En 1988 Francisco Fuertes fue objeto de una entrevista que no se publicó y que ha rescatado la familia y el Centro de Estudios del Jiloca. Dijo entonces: “Me gustan los árboles. Y con bastante frecuencia hago dibujos sobre árboles que no existen en la realidad. (...) cuando han pasado unos días y miro aquellos dibujos, me hacen ver con una gran claridad sentimientos que en un momento dado han existido en mí interior”.
Ausencia del hombre. El ser humano no aparece en su obra. Esta sería la razón: “Si yo me encontrara a gusto en la sociedad que me toca vivir, pues, posiblemente, pondría a alguno de sus miembros en mis cuadros. Pero, como detesto esta sociedad, mis cuadros se convierten en un espacio donde no entra el hombre, sino el espíritu”.
*Este artículo apareció hace dos veranos en Heraldo de Aragón, en mi sección 'Rituales de sol'.
Antón Castro
Revista CENTRO DE ESTUDIOS DEL XILOCA
No hay comentarios:
Publicar un comentario